Ignacio Echeverría Miralles de Imperial (Ferrol, La Coruña; 25 de mayo de 1978-Londres, 3 de junio de 2017), llamado el héroe del monopatín, fue un empleado de banca español, conocido por enfrentarse a los terroristas del atentado de Londres, de junio de 2017, falleció al enfrentarse al terror.
Echeverría murió intentando salvar la vida de otras personas. Era sábado por la noche. 3 de junio de 2017. Ignacio volvía de patinar cuando vio un tumulto en el puente de Londres que le hizo detener su camino. Había carreras y gritos, la policía con sus megáfonos advertía a los viandantes que huyeran y se escondieran. Vio ir al encuentro de los terroristas a seis policías, cinco de ellos inmediatamente volvieron sobre sus pasos, huyendo, un sexto policía se enfrentó a los terroristas. Un hombre y una mujer caídos en el suelo estaban siendo apuñalados. Ignacio se bajó de la bicicleta agarró su monopatín y corrió a socorrer al policía que en ese momento peleaba ya contra los tres terroristas ataviados con cinturones explosivos. Ignacio encontró la muerte al quedarse solo contra los tres terroristas. El policía uniformado había caído malherido, otro policía de paisano que había acudido también quedó fuera de combate. Él aún estaba ileso, se mantuvo en la defensa de los demás, no huyó. Lo rodean, lo acuchillan por la espalda y cae al suelo, allí vuelve a ser acuchillado y muere desangrado.
El arzobispo de Madrid tildó de «impresionante» la actuación de Echeverría, que «ha sido víctima de un terrorismo organizado, que siembra el pánico, y que tiene entre sus causas la política y la ideología y que presenta aberrantes connotaciones religiosas». Sin embargo, continuó el cardenal, Ignacio «ve en el otro a un hermano y, a pesar del horror, va a ayudar a quien lo necesita». El evangelio dice: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”: Ignacio expuso su vida por salvar a unos desconocidos. Las personas que fueron salvadas directamente por su intervención eran para él unos perfectos desconocidos, no le importó ni el aspecto ni la etnia de las personas a las que salvó. Su padre concluye que “Ignacio era capaz de percibir en cualquier humano a ese amigo del que hablan las escrituras, percibiendo a cualquiera como su prójimo”.